
Quien ha muerto espiritualmente tiene el ojo atrofiado y ya no ve en torno suyo a los Ángeles. Y todavía los Ángeles no nos abandonan, ni siquiera cuando nosotros los abandonamos. Los santos, los teólogos, los sacerdotes dicen una verdad cuando a nosotros esta verdad substancial y substanciosa ya no la percibimos, y ésta no sería sino sólo una frase vacía; y así, entonces, nos demostraríamos no como vivientes sino como muertos.
A los Ángeles, espíritus puros que viven junto a nosotros y para nosotros, que somos espíritus vivos en la materia, no los vemos ya desde el momento en que renunciamos a vivir como espíritus; y tal renuncia la hemos hecho sobreponiendo al conocimiento amoroso y fiel de Dios, una satisfacción de la carne o del sentimiento o del orgullo. Y aún así los Ángeles no nos abandonan, a pesar de que nosotros los abandonemos: Más nos alejamos y más ellos velan sobre nuestro camino.
Vivimos materialmente, en la materia que está alrededor y está dentro de nuestro mismo compuesto; vivimos como todos los seres animados, no racionales, sino espirituales, vivimos en lo creado. Sin embargo, vivimos en Dios, en el eterno. Nuestra alma, muerta a la vida verdadera, solamente obra como motor de nuestra vida animal.
¿Qué tanto de vida espiritual, o sea de la inteligencia como de la voluntad, es servida y absorbida en la vida terrestre, mundana, mortal, efímera? El ser inmortal que somos por naturaleza, el ser cuasi divino que somos por la gracia (naturaleza), ha prácticamente desaparecido: queda el ser material, semejante al animal, a la planta, al resto de la materia. Cuanto tenemos de espiritual, de inmortal, de eterno, de divino, lo tenemos a pesar nuestro, en tales condiciones.
Un muerto tiene en torno suyo a sus seres más queridos y nos los ve. Se ha apagado la luz de sus ojos y terminado la vida que animaba su masa, su mismo quintal de materia. Muertos espiritualmente ya no vemos en torno nuestro a los Ángeles. La vida espiritual ya no está en mí. Animados sólo por la vida material, nuestra alma está en nosotros únicamente para activar como un fuelle nuestros pulmones y como un reloj el tic-tac de nuestro corazón.
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Nosotros y los Ángeles
Si ya el hecho de que nosotros estemos en presencia de Dios, qué decir entonces del hecho que Dios está presente con una presencia más viva de la que nosotros podemos tener; es un hecho tal que debería consolarnos y llevarnos a extender hacia el infinito nuestra vida.
Nosotros, que materialmente no somos más que las hojas de un árbol en otoño, estamos espiritualmente vivos en la vida de Dios; y ellos, los ángeles, están delante de nosotros, próximos y alrededor y arriba, en cada momento, como un padre y un padre que es Dios. Abandonamos, por el contrario, a Dios, contentos de vivir como hojas que al primer hálito de viento se desprenden de las ramas y caen en tierra para pudrirse y disolverse.
En compañía de Dios están presentes los Ángeles, con una presencia misteriosa y vivísima. Fuera de ésta su presencia viva, en la medida en que estamos presentes así nos hacemos presentes en la suya. Así se desenvuelve la vida de los santos, así se revela directamente una familiaridad y una intimidad entre ellos y los Ángeles. Tal familiaridad nosotros la descubrimos, además, no sólo en la vida de los santos, sino en el arte que los ha representado.
Es difícil ver una imagen de un Santo, sin verlo rodeado de una multitud de Ángeles. Nuestra Iglesia está repleta de Ángeles, más que un plantío lleno de pájaros en una tarde de primavera: Ángeles delante del altar, Ángeles en los cuadros de los altares, Ángeles en la decoración de las paredes, Ángeles en los techos y en la cúpula. ¿Dónde no están representados los Ángeles, en una iglesia?
Seres celestiales y el Ángel guardián
Y nosotros no entendemos esta lección, no la vemos. Quien sepa, de experiencia, qué cosa es la compañía del Angel puesto para nuestra custodia, habrá retomado el paraíso terrestre. Los hombres gozan de todo, hasta del pecado, e ignoran el placer de un Angel cercano. Hablamos de arte, de ciencia, de filosofía, de naturaleza, de amor, de padres, de amigos, de conocidos apenas conocidos, y no hablamos del Angel que está al lado de cada uno; está todo para cada uno y no quiere nada a excepción de nuestra salvación eterna, y esto es el gozo de la vida divina; el no verlo es estar sin fundamento. Una noche de estrellas, una campiña en otoño, un afluente de río, un edificio de arte, un cuadro o una escultura, son vistas con una dulzura inmensa.
Una hora de amor verdadero, un convite de amistad, un peligro evitado con alguien, son grandes consuelos para el corazón del hombre. La presencia sentida de nuestro Angel, para quien sabe sentirla, es de una dulzura y de un consuelo sin comparación.
GIUSEPPE DE LUCA
Los Ángeles existen. El milagro de su naturaleza y registros
«¡Un Angel!… Todo el día vuela alrededor de mí, y yo, escéptico como soy, no lo percibo… Entonces me hablará”. FRANZ KAFKA